La barca en que me iré...

Navegaba sin rumbo por las turbulentas aguas, estaba a la deriva y había soltado el timón para dejar que las olas me llevasen a placer. La tormenta arreciaba con cada minuto que pasaba; toda mi ropa estaba empapada: mis tenis, mis calcetines, mi ropa interior, mis pantalones y la sudadera que me había regalado mi mamá en mi cumpleaños apenas hace un par de días.

La bruma caía sobre la cubierta y era imposible ver más allá de mi nariz; estaba perdido en la inmensidad de las aguas y esperaba lo peor. No quería tomar el timón y arriesgarme a navegar en cualquier dirección porque sentía que, al agarrar velocidad y sin saber a dónde me dirigía, encallaría en algún arrecife o chocaría contra una barrera de piedras y la tragedia sería inevitable.

Decidí bajar a la cabina para dormir un poco y esperar que el cielo se abriera para tener la certeza del rumbo que tomaría. Sin embargo, a lo lejos pude oír voces y logré divisar unas luces [difusas a causa de la bruma] que se acercaban lentamente. Cuando estuvieron a una distancia prudente, sentía que varías personas abordaban el barco... mi barco. Les grite que se identificaran pero en cuanto terminé esa oración, algo me golpeó la cabeza con tal fuerza que perdí el conocimiento.

No sé cuánto tiempo estuve así hasta que desperté y todo era confuso. Me encontré sumergido en una bañera con el agua a la mitad de su capacidad y tenía toda la ropa puesta. Inmediatamente intenté levantarme pero el mareo se apoderó de mi y me fue imposible ponerme de pie. La cabeza me dolía y mi boca estaba seca. —¿Hay alguien aquí? ¿Alguien me escucha? —grité desesperado en busca de respuestas.

A los pocos segundos, mi amigo Javier entró por la puerta: —¿Qué pedo, cabrón? ¿Te sientes bien? ¡Qué pedota traías ayer con la celebración de tu cumple! Tuvimos que agarrarte entre Luis, Arturo y yo después de que te caíste mientras tratabas de colgarte de la lámpara del comedor. ¡Perdiste el conocimiento! Cuando vimos que estabas bien, te metimos en la bañera para bajarte la peda y despertarte o algo, pero te acomodaste y te pusiste a roncar. Lo chido es que no se llenó esa madre porque no nos dejabas quitar el tapón para que se vaciara. ¡Ándale, puto! ¡Ya cámbiate y salte de ahí que Pancho hizo unos chilaquiles mata-crudas que están buenísimos!

Javier salió, me pasó unas toallas y ropa seca. Mientras me cambiaba, juré no volver a tomar tanto mientras estuviera en tratamiento con Diazepam.

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