¿Alguien lee esto?

Estoy segura de que no, ya ni las moscas vienen a darse un festín con este cadáver que queda de mi blog. Pero entonces si no hay nadie que lea mis improperios, puede ser una gran oportunidad para desahogar esta diarrea verbal que traigo atorada en el cogote.

Parece como cuando tienes chingos de ganas de cagar y esperas a que todos los cubículos del baño queden libres para poder liberar sin penas tu malestar estomacal. Agradezco a Twitter su intervención y la oportunidad que tengo de regresar de ponerle el cuerno a mi blog con los blogs de las empresas para las que escribo para ganarme el pan de cada día.

Utilizaré esta plataforma como el método perfecto de evacuación mental que me he autoimpuesto después de una epifanía. He decidido dejar de sentirme como la peor persona del mundo y evitar que vuelvan a hacerme sentir como la loca del pueblo... Probablemente lo sea, pero ¡no chinguen! ¿en estas épocas quien puede decir que goza de una plena salud mental? ¿Quién se atreve a arrojar la primera piedra?

Hace unas horas, un imbécil me preguntó que por qué me río de todo. ¡Fácil, imberbe animal! Porque de otra manera estaría escondida en el baño dejando que mi cordura se me escape entre Kleenex y lágrimas, idiota. Porque si no estaría pensando constantemente en por qué esa persona, que yo creía que era el indicado, decidió decir que a la mera hora yo no soy todo lo que él decía que yo era, pendejo. Porque si no me permitiera ser una simplona estaría que me cargan 3 kilos (uno por año de relación) de reverenda verga, pedazo de estúpido.

¿Quién chingados nos da derecho a juzgar a las personas? ¿Qué nos sentimos? ¿De dónde sacamos el valor para estandarizar actitudes de acuerdo con nuestra mentalidad? Hay veces que estamos tan seguros de que dentro de nuestro mundo, el cual evidentemente es del tamaño de un grano de arena, tenemos la razón universal que nos convierte en seres supremos con capacidad de juicio sobre los demás sin siquiera saber que hay en sus contextos como para que actúen de tal o cual manera.

Si yo quiero reír y tratar de encontrar de nuevo la felicidad aunque sea viendo como a alguien se le estampa una mosca en la cara, es pedo mío porque solo yo sé cuánto me está costando salir del bache que me han impuesto y que he aceptado por las circunstancias en las que me encontré en determinado momento. Si no me viene en gana salir maquillada al trabajo, no lo hago porque sencillamente no me siento con ánimos de hacerlo. Si no me quiero bañar el domingo porque ya no tengo que visitar a nadie y sólo quiero estar hecha bolita en mi cama, es mi problema porque solo yo estaré oliendo mi pestilencia. ¿Desde cuándo tengo que rendirle cuentas a la gente por lo que haga o deje de hacer? ¿Yo les pido cuentas? A la única persona a quien si se las pedí fue porque yo necesitaba conocer una razón lógica y tangible de por qué todo se hizo mierda.

La próxima vez que alguien me vuelva a hacer una pregunta tan idiota, seguiré respondiendo que "por simplona", porque no tengo razones para ni me da mi rechingada gana dar explicaciones a nadie (lo que hice aquí arriba fue con fines didácticos para que usted, párvulo lector inexistente, entendiera el contexto de mi molestia y de mi renacimiento cual ave fénix toda tatemada) a quien realmente no quiera poner en contexto de mis situaciones.

¡Hala, pues! Querido lector, probablemente yo vuelva a revisar este post dentro de algún tiempo y diga "¡Ay, qué pendeja estaba!", pero ¿qué crees? Ese va a ser mi pedo. Tú, cual buen mirón de blogs, lee y pásate de largo, si comentas, sabes que eres bienvenido; si no, igual.

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